La ley
Siempre
he sido un tipo medianamente respetuoso de las leyes, jamás he robado a nadie,
no tráfico con drogas ni cometo actos ilegales a conciencia. Tengo la sensación
de que vivir extremadamente apegado a todas las leyes y reglamentos, es un
absoluto desperdicio de vida. Llegar a viejo sin anécdotas que contar sobre
algunas barbaridades menores cometidas en la juventud temprana y tardía debe
ser algo triste en verdad.
En mi conciencia y anecdotario personal he
sido culpable por haber quebrantado unas cuantas leyes debido a andar en estado
de ebriedad por la vía publica, orinar en las esquinas, después de adulto haber
fumado algo más que cigarrillos alguna vez, hasta llegar a emborracharme en una
celda de policía con la anuencia y
compañía del agente de guardia, lo que en vista de las grandes calamidades de
cualquier país latinoamericano, no pasan de ser anécdotas dignas de ser
contadas pues son símbolo de haber pasado una adolescencia algo movida. Lejos
de la aridez de tanta vida sin emoción que es tan común encontrarse en todos
lados.
Cierta
vez una buena amiga me pidió que la acompañase a llevar a sus casas a varios
adolescentes que se habían quedado hasta tarde en su casa, eran amigos de su
hija y a mi amiga no se le da muy bien eso de andar sola a altas horas de la
noche, razón por la cual me pidió que la acompañase, en el trayecto, pasamos
por una esquina desolada a esa hora, mi amiga, dijo en voz alta, como si de una
gran hazaña, que ahí, en esa esquina, la
había detenido la policía hacía más de 20 años, no me quedó más que sonreírme
de la ocurrencia pues pensé que lo que yo asumía como normal, al final no lo
era tanto para mucha gente.
Mientras
mi amiga parlotea con los adolescentes que llevamos comencé a hacer memoria, creo
que la primera vez que me detuvieron fue por accidente, una tarde, alguna
bromista llamó a unos amigos (todos teníamos entre trece y quince años) éramos
apenas tres muchachitos que todavía no habían entendido que en Venezuela lo
primero que se deben tener a mano son los documentos de identidad, además de
las credenciales de trabajo y estudio. El asunto fue que una muchacha llamó a
uno de mis amigos y entre una y otra bobada le dijo que se citarían en tal
parte a tal hora, la cita era una broma,
nunca hubo tal muchacha esperando, sin embargo a un policía aburrido de montar
guardia en una comisaria de urbanización, sin mucho que hacer, le pareció
interesante detener a un gordo (yo) que junto a un par de desgarbados andaban
caminando por donde no debían, al detenernos, se dio cuenta de que no teníamos
documentos de identidad, se divirtió de lo lindo, nos asustamos mucho, pero al
cabo de un par de horas nos dejó salir y corrimos como quince cuadras hasta
llegar a la seguridad de nuestras casas. Nunca más salí con documentos de
identidad.
Pasaron
años desde ese incidente, adelgacé, me aficioné a la bebida y me volví
parrandero, como era apuesto, siempre tenía entrada en todas las fiestas de la
urbanización donde vivía, además me acompañaba un aura de “maldad” que aún no
me abandona por más que me esmero, de los amigos de la primera vez presos, no
supe más, fueron otros los compañeros de farra con quienes disfrutamos las
anécdotas.
La
detención más asombrosa fue una mañana, muy temprano, mi abuela (quien me crio)
pidió que le fuese a comprar algo para el desayuno, en la esquina había un
operativo policial, el agente me miró, me pidió documentos, radio mi número de
cedula y yo me gané el regaño de la vida pues nadie quiso creer en mi casa que
la policía me había detenido a las ocho de la mañana mientras iba a comprar
medio kilo de queso para el desayuno.
Una
noche, algún gracioso lanzó un petardo al jardín de una casa, con tan mala
suerte que la policía pasó por allí, todos corrieron menos un amigo y yo, nos
pasearon por toda la urbanización, hasta nos quitaron el poco dinero que
teníamos encima para luego dejarnos ir sin mayor problema, más que el
autoestima baja por haber sido extorsionados por dos policías, ha sido la única
vez que he estado en una patrulla, por lo menos la única en malos términos.
Ese
mismo policía que me detuvo esa vez, se volvió el azote de todo aquel que
anduviese por la urbanización, la verdad nos detuvo tantas veces, nos
requisaron en tantas esquina hasta que al final se convenció que aparte del
cabello largo, los zarcillos, las estampa de mal vivientes limpios y bañados,
no había nada más que una manga de gente que gritaba su diferencia del montón asumiendo
poses extravagantes, que en algunos casos no hemos perdido, la rebeldía no se
pierde con los años, más bien se acentúa.
No
recuerdo en que momento ese agente, apellidado Plaza, se hizo cercano al grupo
de amigotes, terminó por darnos el aventón hasta una licorería algo alejada que
abría a deshoras para comprar, Ron, Anís o lo que las escuetas economías
permitiesen comprar para desgracia de nuestros jóvenes hígados, pero eso acabó
cuando Pedro, hoy día comerciante de cierto éxito con una hermosa familia,
vomitó la patrulla, tocó lavarla a media noche mientras los policías
decomisaban el Ron solo para beberlo y burlarse de los atribulados jóvenes que
tuvieron que dar muchas explicaciones en casa a la mañana siguiente, gracias a
los asombrados vecinos que vieron a las dos de la mañana a seis borrachos
lavando una patrulla mientras dos policías de uniforme gritaban instrucciones
con acento a Ron barato.
Sin embargo al agente Plaza siempre podía
verse los sábados por la noche haciendo una colecta entre los amigos con la
excusa audible de ir por algún “repuesto” para la patrulla que invariablemente
nos mostraba al término de una o dos horas, como todos ya sabíamos, el tal
repuesto era por lo general un par de botellas de Ron para hacer más llevadera
la guardia. Aunque mucha gente se horrorice con eso, la verdad prefiero una
relación cordial con la autoridad que este eterno miedo que hoy día le tengo a
cualquier uniformado pues la verdad jamás sabemos las intenciones de alguno,
cuando es solo un ciudadano más, es
mejor mantenerse lejos de cualquier problema.
En
esa época, nos reuníamos cuan ritual litúrgico en la casa de los hermanos
Valera, era una casa normal como tantas otras, no tenían reja en el jardín y
ostentaba un par de bancos de plaza en su acera, lo que nos permitía pasar
horas haciendo nada como hacen los jóvenes, excepto cuando teníamos dinero para
comprar alcohol. Ahora que lo veo desde la adultez, nunca fue mucho licor,
apenas unos cuantos litros distribuidos entre muchos, pero la mala calidad de
la bebida usualmente terminaba con uno que otro intoxicado vomitando en algún
rincón sin que nadie se extrañase ni alarmase, simplemente lo dejábamos ser y
si era posible conseguir algún vehículo que llevase al intoxicado hasta su
casa, en algunos casos solo lo arrimábamos hasta el sofá más cercano donde
dormía el resto de la fiesta sin que nadie lo molestase.
Desde
ahí planificábamos las excursiones vacacionales que no eran más que campamentos
donde jamás había comida pero siempre hubo alcohol a raudales, en una de esas
salidas nos fuimos unos cuantos de campamento para la playa, con tan mala
suerte que llovió a cantaros, se mojó todo el equipaje así como se inundó la
carpa, al final tuvimos que dormir bajo el techo de un bar de playa que cerró
temprano. Como hacía mucho frio y estábamos mojados se nos ocurrió la “genial”
idea de comprar sendas botellas de “Anís Cartujo”, un litro por persona, no
contentos por el desatino, competimos por ver quien tomaba más rápido, yo gané,
pero al final perdí, la verdad no recuerdo mucho.
Se
que bajé a la playa bajo la lluvia y me bajé los pantalones para orinar, no me
los pude subir, es complicado subirse unos jeans ajustados que de paso están
mojados y el dueño borracho imposible, al final subí hasta el malecón y me subí
los pantalones, pero creo que algunos amigos ayudaron en la tarea, mientras eso
sucedía, me cuentan que pusieron en prisión a una conocida con la que me había
dado unos besos alguna vez, la muchacha estaba de juerga con otra gente y la
policía los encontró en paños menores teniendo sexo bajo las estrellas.
No sé quién me dijo pero en mi borrachera
épica entré a la comisaría y me burle de los detenidos que aun hoy me odian con
saña, un agente que me vio tan ebrio me dio café muy cargado y caliente, además
me ofreció una celda para pasar la noche, por supuesto abierta y sin
complicaciones, hasta allí fueron los amigos para sacarme del lio, al darse
cuenta también tomaron café y hasta hablaron con el agente , le advirtieron que
la detenida era hija del alcalde de Maracay, cosa que el hombre agradeció pues
podía perder el empleo si no se comportaba, ojalá le haya ido bien, policías
amables nunca han sobrado, por suerte me he tropezado unos cuantos.
Quizás
la anécdota más traumática sucedió una tarde de sábado, estábamos unos cuantos
bebiendo cerveza en un sitio del centro de la ciudad, mientras bebíamos a
gritos como cualquier parroquiano, sin ver mucho que estábamos en un sitio
familiar, al dueño se le cayeron unas copas de vidrio, cosa que causó la burla
de todos los amigotes, cinco minutos después íbamos detenidos al puesto
policial más cercano.
Era
un autobús modificado para ser celda, allí estuvimos unas horas, unos agentes
nos hicieron desnudar, nos chequearon los documentos y al ver que no había nada
que censurar, nos pidieron esperar a que llegase un oficial para dejarnos ir,
al preguntarnos qué haríamos al salir, alguien respondió a nombre de todos, que
iríamos a beber más pues estábamos con resaca, cosa que les causo hilaridad a
los agentes, quien muy amablemente
recomendó al grupo irnos a otro sitio pues el italiano del restaurante nos
la tenía jurada, eso podría ser más problemático, mientras nos explicaba eso,
llegó otro agente con tres detenidos que estaban acusados de haber atracado a
una señora.
Eran
tres jóvenes de muy mala catadura, los agentes nos explicaron que habían
asaltado a una abuela a cien metros y habían sido atrapados en plena faena
hamponil. Los mandaron a desnudar, al primero que le preguntaron el nombre
estaba tan asustado que lloraba, le dieron un par de peinillazos que todavía
recuerdo, el muchacho se orinó del dolor y se quedó acurrucado en un rincón ,
al segundo lo golpearon con saña pues al parecer golpeó a la señora, fue
espantoso, no solo le dieron de bofetones, un agente se colgó del techo de la
unidad, se balanceó y lo pateó en el estómago con mucha fuerza, todavía me
pregunto como no se hizo en los pantalones, a mí me hubiese pasado, como el
fulano no se desmayó ni lloró, un tercer agente
le colocó una navaja en la oreja y lo amenazó con cortarle la oreja si
no le decía “cabeza de gusano” a otro agente, este agente que no había visto
era un negro de por lo menos metro noventa y unos ciento veinte kilos de
musculo, el mismo que amenazaba al joven dijo voz en cuello “que bolas cabeza
de gusano ni los malandros te respetan, tienes que hacer algo”, el tal “cabeza
de gusano” sacó su peinilla y la dobló hasta casi partirla, acto seguido la
descargó en las costillas del tipo, ahí si se cayó de espaldas, lo levantó y le
dijo que repitiese los que acababa de decir, cuando el fulano dijo que lo
habían amenazado con cortarle la oreja si no le decía “cabeza de gusano” lo
volvió a golpear esta vez con el puño en el estómago
.
El
tercero de los maleantes se colocó en posición y asumió que sí que habían
arrebatado la cartera a la señora para tener algo de dinero, que la cartera se
la había dado a la policía que por favor no lo golpease, que no diría nada,
pero igual lo golpearon, le dieron una tunda de puntapiés en las nalgas y un
peinillazo en la espalda. En ese momento nos llamaron a la puerta de la unidad,
nos devolvieron las cedulas y salimos de ahí, me fui a mi casa y no salí en
todo el fin de semana, la escena me persigue hoy, más de veinte años después
del incidente.
Claro,
no todo era susto, una tarde, acompañando a uno de los calaveras amigos míos,
salimos con una cámara super ocho, sin película, a hacernos pasar como
“productores de televisión”, nos pareció una buena excusa para conocer mujeres,
lo que no calculamos fue terminar en una celda de la Guardia Nacional, siempre
temida, siempre temible. Nos detuvieron de manera muy amable, nos conminaron a
pasar a una estación móvil, al preguntarnos que hacíamos, les dijimos que en
efecto éramos aspirantes a productores
de televisión que andábamos en busca de talentos, para hacer más creíble
nuestra historia no permitimos que el oficial abriese la cámara pues podía
velarse la película , la verdad era que no había tal película y si se daba
cuenta pasaríamos un muy mal rato en algún cuartel de la guardia, al final el
hombre asumió que no pasaba la gran cosa y nos dejó ir, no sin advertirnos que
nos fuésemos a otro lado ya que la próxima no nos dejaría salir tan bien, nos
fuimos y la cosa no pasó a mayores.
Al
poco tiempo, un amigo tuvo una pelea con un fulano que trabajaba en un centro
comercial, como el fulano jamás andaba solo, nos pidió acompañarlo para evitar
que terceros se metieran en la pelea, nos fuimos varios, yo particularmente iba
como observador, eso de andar peleando jamás fue de mi gusto, nunca rehuí una
pelea pero salir a buscarla jamás fue de mi agrado, en fin, llegamos a la hora
de salida del fulano, efectivamente iba acompañado de otros tantos fulanos,
empezó la pelea, en algún momento, uno de los tipos me dijo un par de cosas y
me lanzó un golpe que afortunadamente no me dio, me metí en la pelea, no supe
más que de dar y recibir golpes, hasta que di con que el hombre tenía una
corbata, lo tomé de allí, mientras con la mano izquierda lo halaba por la
corbata , con la derecha lo golpeaba, hasta que sentí unas manos que me lo
apartaban, al voltear lo que vi fue el uniforme de la policía política de la
época la más terrible “DISIP” , al voltear estaba solo, ni uno solo de los
amigotes estaba cerca, afortunadamente una de las personas que veían la pelea
dijo que yo era otro mirón, que el hombre me había ofendido y golpeado de
gratis, los policías se sonrieron, dijeron un par de cosas, me preguntaron si
haría denuncia y me dejaron ir sin más.
Al
llegar a la cuadra me encontré con los amigotes felicitándome por tal o cual
golpe, que era un tipo valiente, me explicaron que huyeron cuando llegó la
policía política, es más, la pelea se disgregó al ver la temible patrulla
amarilla llena de uniformados de negro, eso jamás terminaba bien, que estaban
esperando a ver si no aparecía para ir en comisión a mi casa a avisar que estaba
preso, fue suerte solamente, gracias a que otro transeúnte me defendió de
gratis. Creo que ha sido la última vez que me pelee, espero nunca más volver a
verme obligado, la verdad anduve adolorido toda la semana.
Meses
después, una tarde de domingo pasé frente a la comisaria de la urbanización,
estaba el agente Plaza de guardia, iba a comprar cigarrillos acompañado del
amigote de la época, al volver el agente nos invitó a pasar, en una celda tenía
unos archivos, en la última gaveta había una botella muy grande de Ron, la
verdad nos bebimos dos litros entre los tres, el agente nos contó algunas
historias de terror que para el momento me parecieron mentiras de borracho, sin
embargo los años me han mostrado que realmente suceden, después de esa noche
nunca más volví a ver al agente Plaza, alguien me dijo que había apaleado a un
ladrón de poca monta que resultó ser familiar cercano de un político de cierto
renombre, lo reasignaron a otra comisaria en otro municipio, espero que la
vejez le sea tranquila, no era u mal tipo, solamente estaba atrapado en un mal
mundo donde ser sanguinario es la única manera de vivir, es un submundo difícil
de entender para gente como uno, sin embargo, los policías de ahora son
bastante diferentes de aquellos de hace veinte años.
Aunque
la verdad no tiene nada que ver con las leyes, un fin de semana en que cumplía
quince años la prima de una novia que tenía mi amigo, en Caracas a dos horas de
carretera, nos fuimos con la confianza de los que han sobrevivido a las calles,
nos bajamos en el terrorífico terminal de buses de la capital a las nueve de la
noche, tomamos el ultimo metro y así llegamos, sin regalos pero con hambre a la
fiesta, todo era más o menos normal, comida, alcohol y algunos caraqueños
antipáticos como en cualquier parte, personalmente debo haber dado cuenta de un
par de botellas de Wiski, a esa edad y con el hígado entrenado al licor barato,
cualquier cosa más o menos decente era un manjar difícil de dejar ir.
Después
de mucho hablar y algo de baile con las invitadas, me dieron ganas de ir al
baño, al entrar estaba ocupado, pero la urgencia era tal que utilicé el
lavamanos, el otro caballero que utilizaba el excusado comenzó a halagar mi
hombría, con cuatro tragos encima, no entendí la cosa sino como acoso, al cual
respondí con la violencia de costumbre, mis amigos que me vigilaban siempre
pues ebrio cualquier cosa se me podía ocurrir, intervinieron en la pelea , no
me dejaron golpearlo y el pobre hombre fue socorrido por las damas de la fiesta
que eran sus amigas. Salí a fumar un cigarrillo cuando me dieron las arcadas
normales para quien ha bebido tanto alcohol, con tan mala suerte para el que me
había agredido, que vi su carro estacionado al frente, lo supe pues vi al
hombre salir de ese vehículo más temprano, me subí al techo del vehículo donde
vomité a discreción desde la cena hasta los pasapalos con su caldo de ácidos
gástricos y alcohol, me bajé como pude y me dormí en un rincón, nos despertamos
y al filo de la madrugada volvimos a la ciudad con resaca y anécdotas, tiempo después
supe que el vómito había dañado toda la pintura del carro, estoy seguro que el
tal fulano nunca más se le ocurrió atacar adolescentes sin estar seguro de la
sexualidad de quien acosa, se salvó de unos golpes, pero al final le dolió más
tener que pintar el carro, un par de años más tarde lo encontré en otra fiesta,
me enteré quien era pues la dueña del festejo me pidió que si me embriagaba por
lo menos no se me ocurriera decir nada de lo acontecido años atrás, ahí ya
tenía novia, ese fue el chiste de la noche ya que tuve que explicarle en
detalle la razón de la advertencia.
Después
me hice fotógrafo, comencé a dar clases, me volví adulto y tuve cara
respetable. Ya profesor de fotografía, inauguraba mi primera exposición en el
instituto, la novia de aquel momento cruzó la ciudad para acompañarme al
evento, un par de horas antes fui con un compañero de trabajo a comprar un
vodka para después de la inauguración, con tan mala suerte que nos detienen en
el camino, resulta que los fulanos policías iban a hacer un allanamiento y nos
detienen para que fuésemos testigos , dejé a la novia plantada, jamás fui a la
inauguración, hasta el día de hoy la mujer piensa que me fi de parranda con
alguna alumna pues nadie parece creer que estuve detenido hasta las tres de la
mañana para ser testigo de un fulano allanamiento a un traficante de drogas que
jamás se hizo.
Creo
que mi única gran falta, la que pudo haberme puesto tras las rejas varios años
nunca paso a mayores, yo era profesor de aquel instituto, como era joven
siempre habían una parvada de jovencitas buscando fiesta, la verdad yo estaba
muy enamorado de una mujer con la que tenía una relación, como siempre, ellas
quieren casa , perro y muchachos, yo no soy muy bueno en eso, en esa época lo
era menos, así que la mujer me dejó, a la semana estaba con una flaca preciosa
de apenas 18 años, un cuerpo esculpido a cincel, lo que le faltaba de
experiencia le sobraba en amor, así estuvimos casi un año.
En
algún momento, invité a una alumna a ser modelo de desnudos, fue un
ofrecimiento sin mayores problemas, yo necesitaba un cuerpo que fotografiar,
ella era (aun es) una mujer bella, hicimos las fotos y terminamos en un hotel
de paso, fue una tarde espectacular, viví una película porno, un sueño
largamente ansiado que me tropezó. Terminé de manera trágica con mi novia y
empecé a salir con esta otra que me revolvió la vida por un rato, creo que fue
mi primera tentativa de vivir con una mujer, afortunadamente la dicha no fue
muy larga, terminamos un par de meses después, me deprimí, encontré un nuevo
empleo, mejor que el de ser profesor.
Quince
años más tarde, aquella muchacha que de alumna me convirtió en su pupilo pues
en cosas de sexo, sabía mucho más que yo, que a pesar de tener casi treinta
años (ella supuestamente tenía
diecinueve), me confesó que cuando fuimos amantes apenas tenía dieciséis años,
yo podía ser su padre, es más, viví más de un mes en continuo delito con ella,
creo que ha sido la cosa más espantosamente espectacular que me ha pasado, por
suerte nadie se inmutó.
La
última vez que estuve en una comisaria, ya era padre de mi hija, una noche en
la que algunos amigotes pudimos escapar de la monotonía del hogar, nos reunimos
en los bancos de la casa de los hermanos Valera, estaba el menor, nos tomábamos
un trago cuando un joven se acercó a media noche a pedir un trago, como nadie
lo conocía, no le dieron el licor, el fulano lanzó un vaso que por fortuna no
le dio a nadie, comenzó la persecución del jovencito, él tendría apenas
veintiuno, nosotros todos mayores de cuarenta, lo perseguimos sin mucho éxito,
yo terminé con rodillas y codos rotos por haber caído en un resbalón, a otro
amigo le sucedió lo mismo, mientras nos reíamos de nuestra torpeza de viejos
volvió el borracho, esta vez lo atrapamos, para no golpearlo uno de los
amigotes le quitó el celular al joven y lo pateó rompiéndolo, el borracho se
puso más violento, lo que le mereció algunos golpes leves.
Alguien
le rompió la nariz, el joven se fue, nos volvimos a sentar y nos servimos más
tragos, a los diez minutos llegó una patrulla, el agente nos pidió que lo
acompañásemos, nos montamos en el carro de uno de los amigos, llegamos a la
comisaría, nos bajamos y al entrar nos encontramos con que el fulano había ido
a buscar a la exsuegra, resulta que esa noche la muchacha lo había terminado y
se emborrachó, con tan mala suerte que le buscó pelea a estos cuatro viejos que
al final le dieron la tunda que le podría haber dado su padre, los policías no
entendían muy bien que sucedía, en algún momento me harté, les dije que era
funcionario pero que andaba sin mis credenciales, creo que por la actitud que
tomé, como si yo fuese un fulano importante, los agentes no se movieron ni
preguntaron mucho, le dije al muchacho que se dejara de lloriqueos, que fuese
hombre para aceptar que se metió con quienes no debía, como a ningún agente se
le ocurrió pedirnos identificación, agregué que era muy tarde, que los agentes
querían descansar, me despedí y le pedí a mis amigos que me acompañasen, así
salimos de la comisaria sin problemas, creo que al muchacho lo detuvieron por
pendejo, nunca supe nada más, espero nunca más volver a ninguna comisaria a
nada.
La
última vez que estuve de viaje, fue una tentativa de exilio, al poco tiempo de
llegar a la ciudad mexicana donde me alojaba, se presentaba de gratis un grupo
de rock con el que tenía en deuda ver en vivo, mi madre (pobre) me llevó a la
feria pues todavía me niego a manejar un vehículo que tenga más de dos ruedas.
Mientras esperábamos que comenzara el concierto nos bebimos unas cervezas, la
verdad que debo admitir la calidad de las cervezas mexicanas, mientras en
Venezuela debo tomar cuando menos diez de 350ml , allá con seis ya uno está
sonriendo como un bobo feliz.
Comenzó
el concierto, me sorprendió la calma del evento, los jóvenes con sus cavas
llenas de licor, sillas de extensión y tequila sin que nadie se molestase en
nada, no había peleas ni lo que usualmente encontramos en cualquier evento
venezolano, si es gratis, peor el asunto. Mientras en el escenario tocaban “Puto”,
justo al frente de mí, un muchacho de pocos años encendía un porro de buena
mota mexicana, como yo le llevaba más de treinta centímetros al joven y mi
rostro de verdad no es muy amable, le señalé lo que fumaba, le pedí amablemente
un par de caladas que él, no de muy buena gana, me cedió. Le fumé casi todo el
porro.
Entre
las cervezas y la droga de verdad la estaba pasando muy bien, al terminar el
concierto sentí una urgencia por ir al baño, ahí me di cuenta que ya no tenía
monedas para pagar el servicio (allá nada es de gratis), así que tocaba ir
hasta la playa que apenas distaba cincuenta metros, pero si borracho no es
gente, drogado menos.
A
lo lejos vi un grupo orinando en una esquina, los imité al instante, con tan
mala suerte que me entretuve en la deliciosa sensación de descargar la vejiga
mientras se está en ese estado alterado, una linterna me alumbro y no se me
ocurrió más que hacerle una mala señal con el dedo medio de la mano derecha, al
instante me tocaron el hombro, eran tres policías municipales con cara de
querer ganarse unos pesos extras, ahí recobre la dignidad de profesor de
literatura que durante tantos años me ha servido para aparentar cierta
“importancia”, los agentes me increparon por mi mala educación, al final en
todas partes es lo mismo, te piden los documentos , que por supuesto no cargaba
, eso de andar paseándome con el pasaporte me da cierto miedo no vaya a ser que
lo pierda y comience el drama de encontrar otro en un país extraño, si acá es
un asunto que dura casi un año entre la solicitud y la entrega del documento,
solicitarlo a una embajada en el extranjero debe ser un suplicio mayor.
Les
explique, (de paso aproveché para exagerar la cosa) diciendo que con gusto los
acompañaba a la estación pero que primero debíamos ir por mi mamá a la zona
“VIP” para darle las llaves del carro que ciertamente tenía conmigo, además de
avisarle que estaría detenido y me llevase el pasaporte pues como mi acento lo
denunciaba era extranjero en tierra de Mayas (plena península de Yucatán) , los
agentes me insultaron, me regañaron por andar cometiendo groserías en el
extranjero, seguro hasta me maldijeron un par de veces, yo quise felicitarlos
por lo buena gentes que eran, poco faltó para que me pateasen, me fui contento
y con mi segunda historia de esas que no se le cuentan a una madre, eso fue
hace tres años, mi madre no conoce esta anécdota, a ciencia cierta, si llega a
leer esto le debe dar un infarto de seguro.
El
segundo episodio lo tuve en el aeropuerto, a mi vuelta al país me tocaba hacer
una interminable escala de nueve horas en el aeropuerto de México D.F., para un
fumador eso es toda la vida, me encerré en un baño y encendí un Marlboro rojo que a decir verdad supo a gloria, pero
los agentes llenaron el baño pues se imaginaban a un árabe fumando hachís
cuando la verdad era simplemente un venezolano que se estaba fumando los dedos,
di algunas excusas, les expliqué, me regañaron aconsejándome no volverlo a
hacer pues ellos podían detenerme, cosa que casi les pedí pues de seguro en la
celda podría fumar a discreción, pero lo pensé mejor, estar detenido en
cualquier parte del mundo no es algo que me gustaría, además si la fama que les
precede era cierta me podían dejar sin los miserables 300 dólares que traía
para sobrevivir hasta encontrar empleo en mi país.
Es
increíble todo lo que uno puede pensar en diez escasos minutos, debo pedirle
disculpas a mi amiga pues no le presté la más mínima atención a su cuento de
como a ella y a su novio los detuvieron una noche al salir de una fiesta, solo
he podido pensar que tan benevolente ha sido la suerte conmigo ya que a pesar
de haber vivido al borde jamás me pasó la gran cosa, puse cara de sorprendido y
me reí con cierta incomodidad, jamás podré confesarle que en los últimos veinte
años he estado en más de una comisaria, he sido testigo del vandalismo
policial, he pagado para que me dejen en paz, me han requisado de maneras
infamantes, casi he estado preso por tener sexo con una menor, en un aeropuerto
internacional casi me detienen por fumar escondido en un baño, por orinar en la
vía publica también me iban a detener en México, mejor la dejo con su súper
anécdota, las mías me las trago no vaya a ser que dejen de respetar a este
respetable profesor.
José
Ramón Briceño 2015